Repasando procesos de transformación en los que me tocó acompañar como Coach, me doy cuenta que los verdaderos casos de éxito, es decir, las transformaciones más significativas, son aquellas en las que la persona compite consigo misma, no contra otros.
En un proceso de Coaching, uno se plantea metas y define acciones, y en esta instancia pueden aparecer múltiples posibilidades. Cuando uno se propone ser el mejor en lo que hace, y se compara con los demás, en general se propone ser “el mejor”, en aspectos en los que ya es bueno, en los que ya se viene destacando. Siempre se puede mejorar y la sana competencia es sin dudas, divertida y nos permite ir “puliendo” nuestras formas.
Sin embargo, al menos desde mi experiencia, lo más difícil, lo más desafiante, es plantearse metas en las que competimos contra nosotros mismos. Estas son las que en realidad, “nos mueven la estantería”. ¡Cuánto más difícil es vencer nuestros propios demonios y superar nuestras propias limitaciones, que vencer a un rival con el que nos venimos midiendo desde hace tiempo!
Si la competencia es con uno mismo (y de paso, evitamos comparaciones desgraciadas, que sólo nos generan infelicidad y frustración), la transformación es interna. Y no les voy a mentir, incomoda, duele, es un proceso complejo y desprolijo, con idas y vueltas. Como diría el gran Charly García, Desarma y Sangra. Pero que sangre, no es algo malo, es un momento necesario en el proceso de Coaching, para lograr una verdadera superación, para salir de ese proceso transformados.
Por Constanza Mandel